Me encargaron la difícil tarea de escribir una carta que acompañe a este café en el día de las madres. ¿Cómo no caer en lugares comunes de agradecimientos fríos e impersonales? ¿Cómo hacer para no reducir su labor a esa recalentada frase –cual tinto viejo- de tarjeta de supermercado, “felicidades, mamá”? ¿Y cómo escribir para todas, en plural, sin dejar de lado que cada una es genial a su manera?
Preferí entonces ni agradecer, ni hablar en plural. Escogí, más bien, contar una realidad que ha rodeado lo que este proyecto de Banna y de Travesía contiene. Hablar de quienes, en gran parte, han inspirado este café y por quienes también ponemos nuestro empeño en fomentar un comercio justo. Hablaré, menos de lo que quisiera –y desde lo poco que conozco-, de las madres caficultoras.
Estas son madres que se abren camino por entre el machismo arraigado en la ruralidad colombiana: labor titánica. Encargarse de los hijos, alimentar a la familia, cuidar cafetales y huertas, y preparar agua’e’panela cada mañana y cada tarde. Bajar al pueblo, vender los granos. Mercar. Ayudar con las tareas, muchas veces sin haber pisado una escuela. Y el machismo ahí, respirando en la nuca.
Se levantan más temprano; jornalean mano a mano con los trabajadores de la finca, demostrando día a día que se puede hacer lo mismo, igual o mejor; sometidas a la burla por el simple hecho de haber nacido mujeres; pelean y vuelven a pelear por un lugar que nunca les ha correspondido; y al final de la jornada preparan la cena, lavan la loza y se acuestan cuando ya todos duermen. Quisiera estar exagerando, no lo hago.
Y todo esto recibiendo menos ingresos que el hombre, menos derechos, menos espacios de participación –cualquiera que sea la participación- y una voz que ni gritando se oye. Triste realidad que nos coge ya en el 2018. Es sobre todo para ellas esta carta, y este proyecto.
Así se cuentan por miles, millones. No solo las caficultoras. Las que trabajan el arroz, la papa, el aguacate, las frutas, la ganadería; las que viven en las ciudades, las que limpian casas y oficinas, las que buscan su lugar, las que ya se lo han ganado, las que lo ganarán. Todas ellas que a la vez son madres y que a la vez son una –y yo que no quería generalizar. A todas ellas estas líneas y este café, y en vez de decirles gracias, les pedimos perdón.
Porque es fácil poner a las madres en un pedestal un domingo cualquiera de mayo, para luego minimizarlas los otros trescientos sesenta y cuatro días.
Perdón con este café que tiene como principio que en el campo todos ganen lo mismo, lo justo y que la mujer camine al lado del hombre, como igual, iguales.
Un feliz día, cada día, a cada una de ustedes. Y claro, ¡siempre gracias!
Por Carlos Felipe Ospina Marulanda
Comments